viernes, 3 de abril de 2020

Porque ya lo dijo el Maestro bueno hace más de 2000 años: “Nadie puede servir a dos amos”…

O sea, “la cuestión monetaria”, o como diría un castizo “las cosas del parné”. Pues sí, y eso que la economía no es mi fuerte, pero tengo que volver a hablar del “mardito parmé”. Y es que cada vez que veo o leo ciertas cosas me acuerdo de aquellos que critican a la Iglesia como “sacaero de perras” y otras expresiones similares. Y a veces, estoy tentada de darle la razón al “hermano separado” Martín Lutero cuando criticaba el comercio que se hacía de lo sagrado.
En tiempos, eran los hermanos con sus demandas y alcancías los que aportaban ingresos a las hermandades. Y, pese a todo, han sobrevivido. No hagamos del dinero (aunque se use en caridad) el objeto de nuestro actuar en la corporación. Dejémonos de macromuseos y megacasas de hermandad. No nos convirtamos en “eventos culturales”, en “itinerarios turísticos” de grupos de gente que lo mismo van a EuroDisney que a la Catedral, que lo mismo compran un reloj con Mickey Mouse que con la cara de nuestra Virgen….
Se me dirá que célebres santuarios marianos del mundo, tienen la maquinita convertidora: pues mi opinión es la misma. Vale tanto para nuestras hermandades como para esas moles de devoción universal.
Desde siempre se han podido comprar medallas con las imágenes de nuestra devoción: del oro de más ley al cobre más barato. Aunque hechas de metal de escasa o nula calidad, estaban revestidas del respeto que se debe a todo lo sagrado o a lo que lo representa. Muchos nazarenos las reparten en su estación de penitencia y algunas congregaciones lo hacen en el Corpus. Pero no es lo mismo porque son ofrecidas con gratuidad y con una clara finalidad evangelizadora.
Que la caridad o el culto sean excusa para “inventar” nuevas formas de “hacer caja” me parece vergonzoso. Si es por aumentar los recursos de las bolsas de caridad, hay multitud de negocios (legales e ilegales) muy lucrativos: desde poner un McDonald’s a revender los cd’s de la banda de cornetas y tambores en el top manta. Seamos un poquito consecuentes, y no nos lucremos a base de mercadear con lo sagrado. Que existan máquinas que convierten monedas en medallitas me apena, a la par que me plantea algunas cuestiones: ¿es lícito destruir dinero de curso legal? ¿Puedo yo encargar una máquina de esas y grabar la cara de algún familiar o de mi artista favorito?
Las hermandades tienen el deber de administrar justamente sus ingresos, aquellos que provienen de las cuotas de sus hermanos o de las limosnas de los devotos. Es cierto, que algunas cuentan con otras fuentes de ingreso: museos, visitas, venta de recuerdos… todo eso está muy bien si no se hace de ello el eje de la economía de la institución. Cada vez que escucho a algunos decir que una hermandad debe ser gestionada como una empresa, me echo las manos a la cabeza. Los pilares básicos de toda corporación han sido y son dos: culto y caridad; esto es, la reverencia a Dios y a la Virgen o los santos; y la atención primordial por los otros más débiles, pobres o desamparados. Los de una empresa, no. Se mueven en otros parámetros cuya enumeración no es adecuada exponer aquí. Tan sólo quiero resaltar que ambas entidades provienen, se mueven y tienen fines distintos.

Foto: Fran Granado

Artículo publicado por Amparo Rodríguez Babío en Pasión en Sevilla.tv.

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