Cofrades de Arahal.
Muchos recuerdan la Semana Santa de 1932, fecha desventurada en la que el
ambiente envenenado no era nada propicio para la magna manifestación de las
procesiones sevillanas. Pasó el Domingo de Ramos, sombrío y helado, bajo la
amenaza vociferante de la exaltación atea.
Pero llegó el Jueves Santo, y la Hermandad de la
Estrella decidió salir a la calle. A su estación de penitencia acudió Sevilla
entera, uniéndose en el testimonio viril de la Hermandad de temple y valor a
raja tabla.
Durante el camino no falta el atentado sacrílego. En las
puertas mismas de la catedral un forajido, que no era sevillano, hizo a la
sagrada imagen dos disparos de pistola, que, gracias a Dios, ni le rozaron. La
fuerza pública hubo de proteger al desdichado.
El regreso de la Cofradía hasta el templo trianero de San
Jacinto fue una apoteosis de fervor. Miles de sevillanos acompañaron a los
hermanos, desagraviando a la Virgen de la Estrella en una pletórica demostración
de sentimiento religioso. Cuando en 1957 se cumplió el veinticinco aniversario
de aquella salida procesional, todas las Hermandades sevillanas rindieron en
San Jacinto un justo y cálido homenaje a la que el pueblo llamó "la
Virgen Valiente".
Tan proverbial se hizo la actitud decidida de los cofrades
de la Estrella que, cuando el Domingo de Ramos de 1956 la lluvia torrencial
anegaba las calles todas de Sevilla, el pueblo decía: "Si acaso sale
alguna, será la Estrella". Y en efecto: la Hermandad de la Estrella salió.
No el Domingo, pero sí el Martes Santo, solitaria bajo un diluvio inclemente,
que puso a prueba el ímpetu y el fervor de los hermanos.
Cuatrocientos años cumple la Hermandad. Cuatro siglos de
devoción a la imagen bellísima, Estrella de la Mañana, guía y norte de los
trianeros y gala de la imaginería religiosa; hispalense. Hermandad con
fundamento gremial, como las mejores, que ha dado constante ejemplo de callada
virtud, de serena v clara religiosidad y de firme decisión —que le vendrá de
remoto origen marinero— de luchar a cuerpo limpio contra toda clase de
tempestades.
La proclamación de la Republica en abril de 1931 puso inquietos
a muchos. Tanto para los que pensaban que solo era un escalón en su camino a la
Revolución, como para los que consideraban que era un salto bastante grande.
Los incidentes no tardaron en surgir. Y así el 12 de mayo de 1931 era
incendiada la Capillita San José, además de las Mínimas, los Paules, Los
Capuchinos, etc. En junio de ese año se dan los llamados “Sucesos de Sevilla”
con grandes enfrentamientos entre obreros y la Guardia Civil. Se convoca huelga
general y es bombardeada con piezas de artillería “Casa Cornelio” en la
Macarena, lugar habitual de reunión de grupos comunistas. Estos sucesos no
incidieron en la Semana Santa de 1931., que transcurrió en paz e hicieron
estación de penitencia cuarenta y cuatro cofradías. Pero, después del
empeoramiento experimentado a lo largo de ese año, dieron motivos a los
cofrades para coger miedo y el ambiente se enrareció. En nuestra Hermandad se
aprecia a fines de ese año los ceses y dimisiones de algunos miembros de la
Junta de Gobierno. Y antes de concluir el año hubo contactos propiciados por
las autoridades para garantizar la salida de las cofradías en la Semana Santa
del venidero año. Es más, en diciembre de 1931 se le recibió ya el oficio del
Ayuntamiento para conocer qué cofradías saldrían en estación de penitencia.
Al notificársele a la cofradía de la Estrella, acordó
contestar que haría estación de penitencia “de acuerdo con la visita hecha al
señor Alcalde y de los acuerdos derivados de la misma, siempre que las
circunstancias económicas y sociales lo permitan”. En ese mismo Cabildo, pese a
los ceses y dimisiones de varios Oficiales, se acordó crear Comisiones para el
reparto de las túnicas y para postular por las calles para recaudar lo
necesario. La corporación, por tanto, esta plenamente decidida a salir, de modo
que también se acordó firmar un contrato con Pedro Solís, de Lucena, para que
completase la candelería del paso, visitar a la viuda de Ortega para recoger la
corona de la Virgen y dar con un oficio las gracias a la Hermandad del Gran
Poder por la donación de una bandera concepcionista y de un Simpecado.
A los dos meses del anterior Acuerdo, ya no se hallaba tan
claro la postura de salir, por los motivos que hoy son bien conocidos: temor
ante posibles incidentes en el recorrido de las procesiones; desconfianza hacia
el Ayuntamiento y la solución económica propuesta, instrumentalización del tema
por intereses y grupos políticos muy concretos; afán de “castigar” a las
autoridades republicanas por los sectores más conservadores responsable del
gobierno de las cofradías por su política religiosa. En vista de este conjunto
de causas, se convocó un nuevo Cabildo para el 13 de febrero de 1932 en el que,
mediante votación nominal, se debía determinar si se procedía o no a efectuar
la salida procesional. Reunidos los cofrades, tomó la palabra el director
espiritual, Sr. Sebastián Bandarán quien manifestó el objeto del Cabildo a los
asistentes y se procedió a llevar a término la votación que dio lugar a un
resultado de ocho votos a favor de realizar la estación y siete en contra.
Entonces el Teniente Hermano Mayor, Sr. Medina, que presidía, ante la ausencia
obligada del Hermano Mayor, consideró nulo el sufragio por razón de que existía
un voto improcedente, ya que había sido depositado por el Director Espiritual,
que según ordenan las Reglas, tiene voz pero no voto, motivo por el cual el
resultado era un empate, y por tanto debía efectuarse una nueva votación.
El 17 de febrero se convocó de nuevo a la Cofradía a la
transcendental reunión. Se inició la misma tomando la palabra el Sr. Medina que
manifestó que la cofradía atravesaba una situación económica que no le permitía
hacer estación de penitencia, pero, por otra parte, era conveniente considerar
que tanto el Alcalde como el Gobernador Civil, en senda entrevista, se habían
comprometido en dar cuantas facilidades fueran necesarias para que la
corporación realizase su estación penitencial y, a la vez, garantizando el
orden y la seguridad de la cofradía. Acto seguido el señor Álvarez expuso a la
consideración de los asistentes que si la cofradía no disponía del suficiente
dinero para efectuar la salida, y al Hermano Mayor se le debía algunas sumas de
dinero de consideración, debía dejarse a la elección del Cabildo el acuerdo
pertinente. Se procedió, por tanto, a una votación secreta, en la que salieron
veinte votos a favor por seis en contra, por lo que se aprobó realizar la
estación de penitencia como en años anteriores, así como comunicarlo al
Gobernador Civil y al señor Alcalde. Se produjo también las dimisiones de
Manuel Canela y del secretario 1º que quedaron en suspenso para tratarse en el
siguiente Cabildo.
Una vez adoptada la histórica decisión –la única corporación
que decidía efectuar la salida-, se iniciaron los preparativos para organizar
la misma, de modo que en los días siguientes se desarrolló con normalidad el
reparto de túnicas y el montaje de los pasos. Cundió, pues, el entusiasmo en el
seno de la Hermandad, y enterado el alcalde de la Ciudad de la decisión de
hacer estación. Ofreció de su peculio particular y del de los concejales la
cantidad nada despreciable de mil pesetas para los gastos de la salida, y de
doscientas cincuenta en caso de ser suspendida por otra causa. En principio, se
pensó en llevar a cabo la estación de penitencia en el día acostumbrado, el
Domingo de Ramos, pero por una errónea interpretación, en cuanto a la ayuda
municipal prometida, el mayordomo por su cuenta resolvió suspender la salida.
No cabe extrañarse de esta decisión, debido a la precariedad económica que la
corporación atravesaba, pero esta decisión personal del mayordomo, fue aceptada
por los miembros de la Junta de Gobierno.
No obstante, los acontecimientos que se sucedieron el
Domingo de Ramos hicieron modificar la decisión de la Junta de Gobierno. En ese
día, pese a que el pueblo conocí la resolución de la cofradía de no ir en
estación de penitencia hasta la Catedral hispalense, el templo de San Jacinto
se llenó de fieles dispuesto a contemplar a las sagradas imágenes, colocadas en
sus pasos, comentando desilusionados la suspensión de la salida procesional A
las dos de la tarde se cerraron las puertas del templo, y aparecieron los
costaleros del paso del Señor que de improviso se metieron debajo del paso, lo
alzaron y lo trasladaron con fervor hasta el cancel de entrada al templo. Ante
la emoción de los hermanos asistentes, se llegó a escuchar una saeta, y ni
siquiera faltó el acompañamiento de la banda de música del “Tubero”, que
acompañó a la mecida del paso.
En medio del entusiasmo que originó la súbita “levantá” de
los costaleros, comunicaron que eran ciertas las noticias de la supuesta
negativa del alcalde a cumplir su promesa de subvencionar a la Hermandad, por
lo que se decidió nombrar una Comisión para pedir audiencia al señor alcalde, y
confirmar lo cierto del asunto. Recibida la Comisión por el alcalde de la
Ciudad, desmintió las infundiosas noticias de su negativa a cumplir la ayuda
prometida, y volvió a ratificar su promesa. La Comisión giró también una visita
al gobernador civil que dio toda clase de garantías en cuanto al mantenimiento
del orden público y defensa de las sagrada imágenes, y de una tercera y última,
al cardenal Ilundáin que, oída las explicaciones de la Comisión y el deseo
generalizado en la Hermandad de efectuar la salida, autorizó de inmediato la
estación de penitencia.
A las cinco de la tarde del Jueves Santo, que resultó ser un
espléndido día primaveral, la gente, según refieren las crónicas periodísticas
de la época, se agolpaba por todo el itinerario para seguir la cofradía. Era
imposible, según relata Manuel Rodríguez, dar un paso desde el primer tramo de
la calle Rioja, esquina a Sierpes, concentrándose el gentío por la zona ancha
de la calle Reyes Católicos, el puente, el Altozano hasta las proximidades de
la iglesia de San Jacinto, de modo que hubo bastantes dificultades para la
organización de la procesión.
Al escucharse las vibrantes cornetas, anuncio de la salida,
la muchedumbre prorrumpió en aplausos, que se intensificaron desde la presencia
del paso del Cristo de las Penas sorteando el pórtico del templo. Siguió después
un silencia impresionante, a medida que fue avanzando el cuerpo de Virgen.
Cuando se produjo la salida del paso con la Virgen de la
Estrella, la ovación sonó como un trueno descomunal, seguido de vivas e
innumerables saetas. La procesión continuó lentísimamente por San Jacinto y el
Altozano hasta alcanzar el puente, ya que aquel año no se fijó ningún tiempo
determinado para cumplir la estación de penitencia, por ser la única cofradía
en la calle.
Aunque en las primeras horas todo transcurría con absoluta
normalidad, instantes después de dejar la calle Rioja e irrumpir en la de
Velásquez, fue lanzado un ramo de flores con un objeto sólido que
afortunadamente cayó en la candelería. Cundió enseguida el pánico entre los que
presenciaban el cortejo, y comenzó el desconcierto y las carreras de las
gentes, si bien ningún nazareno se movió del sitio asignado en el cortejo.
La reacción de público, ante la actitud de la cofradía,
después del primer susto, fue de delirante ovaciones a la Virgen y de
imprecaciones al desconocido autor del supuesto atentado. La entrada de la
cofradía fue apoteósica, y ya en la calle Sierpes, desde los altos del antiguo
Kursaal, fue arrojado un ladrillo al paso del Señor, originando desperfectos en
unos de los ángeles de la canastilla. Fue inmediatamente reconocido y
detenido el autor, y puesto a salvo de las iras del público que demostraba su
sorpresa e indignación.
Continuó con mayores bríos la procesión, entre vítores e
incesantes saetas, y al entrar el paso de Virgen por la Catedral por la puerta
de San Miguel, se dispararon dos tiros alevosos a la Sagrada Imagen, sin que
por fortuna le llagaran a alcanzar.
El autor se dio a la fuga entre la confusión y el pánico de
la multitud, enfrentándose con varios números de la Benemérita delante del
edificio del Archivo General de Indias, intentando evadirse y confundirse con
la gente que confluía por la Avenida. Aquí fue sorprendido por alguien que la
propinó un fuerte bastonazo, cayendo conmocionado al suelo, instante que
aprovechó la Guardia Civil para proceder a detenerlo.
Se cerraron enseguida las puertas de la Catedral, quedando
la cofradía dentro unos instantes, y los miembros de la Junta de Gobierno se
acercaron a ver al gobernador civil, que se hallaba en la puerta de Palos,
quien comunicó a los responsables de la cofradía que estaba al tanto de todos
los acontecimientos y que el autor de los disparos había sido ya detenido. A
oídos de un miembro de la Junta de Gobierno de la cofradía también llegó la
noticia de que un grupo extremista preparaba un atentado de mayores dimensiones
al paso de la cofradía por los jardines del Paseo de Colón, junto al Puente de
Isabel II. Enseguida, pues, se comunicó la información a un teniente de la
Guardia de Seguridad, que sin dilación, envió una sección a caballo, que
sorprendió a los pistoleros, que fueron detenidos en su totalidad.
El itinerario, no obstante, para mayor seguridad, fue
alterado a su salida de la Catedral, regresando la procesión por la calle
Alemanes, Avenida, Plaza Nueva, Tetuán a Rioja, para posteriormente, discurrir
por Reyes Católicos hasta su templo. Al dejar atrás el puente, en el mismo
Altozano, arrojaron sobre el paso del Señor unos huevos conteniendo gasolina,
sin que, por fortuna, se produjera incendio alguno.
Y, sin más incidentes, entre el fervor y el entusiasmo
popular, la cofradía entró en su templo con el mismo número de nazarenos que
con que saliera. Un detalle digno de resaltar en esta histórica salida de la
cofradía trianera, por la que desde esa época recibió el calificativo de
“La Valiente”, fue que al pasar por las Casas Consistoriales, el alcalde y otros miembros de la corporación, invitaron a los oficiales de la corporación a entrar en el edificio. En uno de los salones el alcalde hizo entrega a los cofrades de las mil pesetas prometidas, y se cursó un telegrama al Presidente de la Cortes que textualmente decía: “En estos instante pasa delante de Casa Consistorial la Virgen de la Estrella aclamada por el pueblo sevillano”.
“La Valiente”, fue que al pasar por las Casas Consistoriales, el alcalde y otros miembros de la corporación, invitaron a los oficiales de la corporación a entrar en el edificio. En uno de los salones el alcalde hizo entrega a los cofrades de las mil pesetas prometidas, y se cursó un telegrama al Presidente de la Cortes que textualmente decía: “En estos instante pasa delante de Casa Consistorial la Virgen de la Estrella aclamada por el pueblo sevillano”.
La cofradía consiguió mejorar su economía al recibir la
subvención del Ayuntamiento, a la que, además sumó la donada por el Centro
Mercantil consistente en quinientas pesetas. También hubo una donación de un
hermano de una naveta y cuatro ciriales.
Los hechos se desarrollaron pero en 1933, de modo que la
cofradía aunque acordó salir, no lo hizo, como el resto de las demás
corporaciones. Desde el Cabildo de salida en abril los hermanos no volvieron a
reunirse hasta noviembre, y en esta ocasión, hubo acusaciones de determinados
hermanos a la Junta de Gobierno, porque no se llevaba la contabilidad en libros,
se adeudaba la electricidad, hasta el punto de que le fue cortada, y veinte
meses del alquiler del almacén de los pasos, y sin embargo, tampoco se habían
celebrado cultos que hubieran ocasionado gastos. Tras estas acusaciones se
produjo la elección de nueva Junta que supuso la destitución del señor Canela,
el nombramiento como Hermano Mayor de Blas Medina, Secretario 1º Luís Medina y
como Prioste y Mayordomo dos de los cofrades que habían hecho las acusaciones:
Francisco Barreiro y Manuel Baquero respectivamente. Se comunicó al Arzobispado
la elección efectuada y se hicieron gestiones para que procediese a la
aprobación de ésta. Por Decreto del Cardenal de 19 de diciembre de 1933, se
consideró legítima la elección, y mandó que el Hermano Mayor y el Mayordomo de
la anterior Junta presentasen cuentas. Por parte de la cofradía, para
regularizar la situación, se propuso hacer un inventario y recuperar todos los
enseres que se hallaban fuera del almacén como el techo de palio, las jarras,
etc… El temor a los cultos públicos que había que celebrar, hizo que se
averiguase la situación en que se hallaba la póliza de Seguros que se tenía con
la Compañía Adriática, la que no quiso mantener su contrato con la Hermandad
aduciendo que existía un atraso en los pagos de dos meses. Se acordó celebrar
el besamanos de la Virgen el 17-18 de febrero y el Triduo para el 23-25 de ese
mes. Se recogió el palio que obraba en poder de Guillermo Carrasquilla, quien
reclamaba quinientas pesetas adeudadas aún por la Hermandad desde que se
contrato su ejecución. Se expuso en Cabildo General como condiciones que debían
darse para realizar la estación:
· Se garantizase quince días antes del Domingo de Ramos que
se iba a recibir la subvención;
· Existiese garantías de orden público y una regulación del
tráfico rodado en la carrera Oficial:
· Que el Jueves y Viernes Santo serían festivos.
Al considerarse que estas condiciones se cumplirían, se
acordó por 19 a 2 votos en contra hacer estación. Para llevarla a cabo, y ante
la falta de liquidez, el Hermano Mayor, Sr. Vizcaíno anticipo la cantidad
imprescindible para atender a los gastos. La Hermandad salió, por tanto, junto
a otras doce corporaciones, en su día acostumbrado.
En los meses siguientes, no sólo la Hermandad atravesó una
situación económica delicada, sino que en varios Cabildos se reprodujeron las
acusaciones e incidentes entre los hermanos. El prioste Barreiro se vio forzado
a presentar su demisión al conocerse que había prestado enseres para una cruz
de mayo de un corral, en calle Pagés del Corro, sin la adecuada autorización;
también dimitieron otros miembros de la Junta, como los mayordomos Baquero y
Cambriles, o Vicente Romero. No obstante, con el tiempo se fue superando estas
escisiones internas, cubriendo las vacantes y se siguieron acometiendo nuevas
reformas, como el arreglo de la candelería, el pasado del estandarte o la
restauración de palio. Ya en 1935, en el mes de febrero, se acordó hacer
estación y ampliar el itinerario por el barrio trianero, para que la cofradía
transitara por las calles Castilla, Procurador y Pagés del Corro, pues- como
alguien dijo- “¡lo que es del barrio se le dé al barrio!”. Para poder atender
los gastos de la salida se solicitaron a los hermanos que recaudasen donativos
en el barrio y se fijo una cuota extraordinaria de 1,50 ptas.
En la segunda mitad de ese año, mejoró la economía tras
recibirse la subvención, de modo que se hizo la propuesta de pasar el palio a
nuevo terciopelo, con el añadido a las bambalinas de los escudos de la
Hermandad y de una malla de estilo mantilla y flecos de bellota, Se aceptó el
presupuesto dado por el bordador Caro, que ascendía a cinco mil ptas. que
recibió en diversos plazos. En 1936 se acordó hacer estación, siempre que, como
en años anteriores, se garantizase el orden público y se obtuviese la
subvención del Ayuntamiento. La cofradía hizo estación, como el año anterior,
si bien con el estreno definitivo del pali restaurado por Caro. Hubo el
ofrecimiento desinteresado del acompañamiento de los campanilleros de la O,
pero se estimó que no iba en consonancia con un acto de penitencia. Por existir
muchos recibos impagados, los cultos de Cuaresma se limitaron a una Función a
la Virgen el Domingo de Ramos. En Junio se repusieron algunos cargos, entre
éstos el de Hermano Mayor, que pasó a desempeñar Antonio Escobar García.
La situación política seguía preocupando a los cofrades, por
lo que ese año por dos ocasiones ocultaron a la Virgen, ante el temor de
incendio o profanación. En febrero, al producirse el triunfo en las elecciones
del Frente Popular, y el 18 de julio, ante los disturbios, la Virgen fue sacada
de San Jacinto e introducida en un camión propiedad de Joaquín Gordillo, quien
ayudado por Manuel Castro, Manuel Días y Manuel Rodríguez, la depositaron en el
domicilio de éste último, en la calle Beato Reviera, 5, donde permaneció hasta
que pasó el peligro.
A mediados de 1937, al haber experimentado un respiro la
economía de la Hermandad, que disponía de un superávit cercano da 2.500 ptas.,
se propuso por el mayordomo emprender mejoras sustanciales en el paso de palio,
entre otras, el arreglo de los respiraderos, añadirles cartelas sobredoradas,
manigueta y reformas de los basamentos y el plateado de varales. Presentada dos
propuestas se eligió la del Sr. Medina Mira, que ascendía a 4.735 ptas., de las
que se le anticipó 500 ptas. En 1938, pues, se hizo estación con notables
mejoras en el paso de palio y se aprobó un itinerario que transcurrió por las
calles Pagés del Corro, Luca de Tena, Rodrigo de Triana, Vázquez de Leca, Plaza
de Santa Ana, Pureza, Puente, Reyes Católicos, Murillo, O’Donnell, Campana,
Sierpes, Plaza de San Francisco, Avda. Queipo de Llano, Catedral, haciendo el
regreso por Alemanes, Conteros, Francos, Chapineros, Anima, Granada, Tetuán,
Rioja, San Pablo, Reyes Católicos, Puente y San Jacinto. A lo largo del año se
consideró imprescindible las sustitución del paso del Señor, el proseguir con
las reformas en el palio, pese a que, por la guerra existían dificultades por falta
de operarios para acometerlas, y se acordó eximir del pago de cuotas a los que
estaban luchando en el frente.
A comienzos de 1939 el párroco de Santa Ana solicitó
explicaciones de la intervención practicada a la Virgen de la Estrella. Se le
informó que, como se acordó en Cabildo de 24-II-1935, se procedió a
restablecerle la policromía que manos inexpertas hacía unos años había
alterado. Se encomendó la tarea de limpieza superficial del rostro de la talla
mariana al académico Fernando Labrada, que devolvió a la imagen Titular de la
corporación un tono más natural, aunque no pretendió recuperar del todo la
encarnación originaria que subyacía en la talla, pues precisaba realizar unas
“catas” previas, lo que requeriría un estudio y una intervención más profunda
de la practicada. El 20 de febrero se le notificó a la Hermandad por el
Arzobispado que una Comisión, integrada por el profesor Hernández Díaz y el
pintor Santiago Martínez efectuarían un examen de la Virgen para comprobar la
restauración efectuada. El 13 de marzo, la corporación hizo constar en Acta que
daría todas las facilidades necesarias para que la Junta Diocesana del Tesoro
Artístico examinase la imagen mariana. El 9 de junio la Hermandad, en un
escrito del Arzobispado, recibía la felicitación por la acertada intervención
que el señor Labrada había realizado en la hermosa Titular de la corporación
nazarena.
Ese año de 1939 se intentó la celebración de la Función a la
Virgen el día de la Festividad de la Candelaria, pero no se logró por parte de
los dominicos que cedieran en permitir la celebración de la misma. Se
mantenían, pues, la dificultades con la comunidad como años atrás, pues los
monjes alegaban ante el interés de la Hermandad de que oficiasen misas los
domingos, que la residencia era zona de paso y por esa movilidad no podían
atender a ello. En febrero se acordó efectuar la estación penitencial y el que
una representación de la Hermandad acompañase a la de la Esperanza de Triana en
su salida en la Madrugada. Se observa que, como en años anteriores, se pretende
infundir el verdadero espíritu de penitencia que ha de existir en la estación,
por lo que Blas Medina exhortó a los presente a Mostar una mayor compostura y
recogimiento enasta, y advirtió que se impondrían graves sanciones a quienes lo
incumpliesen. Se decidió adquirir ocho candeleros entre varales para el exorno
del paso de palio y una blonda de oro para el manto de la Virgen.
En Cabildo de Oficiales de 11 de mayo, y en el General, de
18 de junio, se propuso emprender importantes reforma en los pasos. Todo ello
motivado por haberse mejorado notablemente la administración de la cofradía,
por la labor austera llevada a cabo por el mayordomo señor Castro.
Precisamente, en el Cabildo General de junio, se expuso los progresos
económicos experimentados, donde se demostró que los ingresos en algunos
conceptos se habían triplicado o cuadriplicado: si en postulaciones en 1934-35,
la suma recaudada ascendió a 1.082 ptas. en este año fue de 3.700 ptas. Por
tanto, si en 1934-35 se obtuvo un total de 7.353 ptas. De esa cantidad se
habían invertido en reforma 4.167 ptas, y tras atender a los gastos, había
quedad un remanente de 3.657 ptas.
Ante esa meritoria y acertada labor de algo más de cinco
años, se expuso el continuar con la reformas en los pasos. Respecto al paso de
Cristo se consideró que convendría reconstruir el que se poseía, aumentándolo
de anchura, longitud y altura, y que en caso de que el presupuesto por reforma
del actual fuese semejante a lo que costase un paso nuevo, se escogería esa
segunda opción. Para el de Virgen se proponía volver a cincelar los varales o
sustituirlos y concluir los remates de éstos, así como la adquisición de cuatro
ánforas entre varales, arreglo de los candelabros de cola, y confección de
faldones bordados. También se incluía entre los proyectos la confección de una
saya de camarín, y de una veintena de túnicas. Acto seguido se procedió a la
elección de los Oficiales, que se determinó que fuese por cinco años para que
los cambios en la Junta no afectasen a los proyectos de reformas que se iban a
emprender. No hubo grandes modificaciones en puestos de mayor responsabilidad
de la Hermandad, por lo que siguió como Hermano Mayor Antonio Escobar, Blas
Medina como Teniente Hermano Mayor, Manuel de Castro como mayordomo o Luís
Medina como Secretario 1º. No obstante, desde los años finales de la década
anterior Blas Medina rige los destinos de la corporación, pues los elegidos
para el desempeño de este cargo se ausentan y apenas toman parte en las
decisiones de la cofradía.
Al mes de lo acordado en el Cabildo anterior se presentó un
proyecto de paso de Cristo por el señor Carrera que se comprometía a darlo
acabado para la Semana Santa del año siguiente, siempre que se le anticipase
4.000 ptas, se le entregasen otras 6.000, una vez recibida la cofradía la
subvención del Ayuntamiento, y el resto, 8.500 ptas, quedaba aplazo a pagar en
dieciocho meses. En el proyecto no se incluían el dorado del paso ni los
candelabros. Se acordó estudiarlo detenidamente, si bien se objetó que no
podría llevarse a cabo hasta que se encontrase un comprador del paso antiguo,
sin que aún existiese Hermandad interesada en el mismo. En el siguiente
Cabildo, del 29 de septiembre, se acordó rechazar el proyecto de construcción
del paso presentado, por considerar que la oferta recibida no era conveniente.
Las dificultades de la época afloran, asimismo, en otras cuestiones, como, por
ejemplo, en las gestiones que la corporación realizaba en Barcelona para la
adquisición de telas para la confección de las túnicas, o en el hecho de que
hubo que postergar el concluir el bordado del estandarte o la sustitución de
los faldones del paso, ante la falta de material y de operarios. A fines de
este año, por cierta oposición de algunos Oficiales al Mayordomo Manuel de
Castro, éste presentó la dimisión de su cargo, después de haberlo ejercido
durante bastantes años y logrado sanear la economía deficitaria que se
encontró; por solidaridad también dimitió el Hermano Mayor señor Escobar.
Tomado del "
Libro Estrella " - Ed. Guadalquivir
Más información: http://www.hermandad-estrella.org/
Reportaje Semana
Santa Sevilla. Los Reporteros
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