viernes, 3 de abril de 2020

Lo que pasó en Sevilla en 1932. Nació "La Valiente".

Cofrades de Arahal. Muchos recuerdan la Semana Santa de 1932, fecha desventurada en la que el ambiente envenenado no era nada propicio para la magna manifestación de las procesiones sevillanas. Pasó el Domingo de Ramos, sombrío y helado, bajo la amenaza vociferante de la exaltación atea.
Pero llegó el Jueves Santo, y la Hermandad de la Estrella decidió salir a la calle. A su estación de penitencia acudió Sevilla entera, uniéndose en el testimonio viril de la Hermandad de temple y valor a raja tabla.
Durante el camino no falta el atentado sacrílego. En las puertas mismas de la catedral un forajido, que no era sevillano, hizo a la sagrada imagen dos disparos de pistola, que, gracias a Dios, ni le rozaron. La fuerza pública hubo de proteger al desdichado.
El regreso de la Cofradía hasta el templo trianero de San Jacinto fue una apoteosis de fervor. Miles de sevillanos acompañaron a los hermanos, desagraviando a la Virgen de la Estrella en una pletórica demostración de sentimiento religioso. Cuando en 1957 se cumplió el veinticinco aniversario de aquella salida procesional, todas las Hermandades sevillanas rindieron en San Jacinto un justo y cálido homenaje a la que el pueblo llamó "la Virgen Valiente".
Tan proverbial se hizo la actitud decidida de los cofrades de la Estrella que, cuando el Domingo de Ramos de 1956 la lluvia torrencial anegaba las calles todas de Sevilla, el pueblo decía: "Si acaso sale alguna, será la Estrella". Y en efecto: la Hermandad de la Estrella salió. No el Domingo, pero sí el Martes Santo, solitaria bajo un diluvio inclemente, que puso a prueba el ímpetu y el fervor de los hermanos.
Cuatrocientos años cumple la Hermandad. Cuatro siglos de devoción a la imagen bellísima, Estrella de la Mañana, guía y norte de los trianeros y gala de la imaginería religiosa; hispalense. Hermandad con fundamento gremial, como las mejores, que ha dado constante ejemplo de callada virtud, de serena v clara religiosidad y de firme decisión —que le vendrá de remoto origen marinero— de luchar a cuerpo limpio contra toda clase de tempestades.
Texto recogido en la Revista "Estrella" (1966)

LA HERMANDAD EN EL PERIODO REPUBLICANO: ESTRELLA “LA VALIENTE” 
La proclamación de la Republica en abril de 1931 puso inquietos a muchos. Tanto para los que pensaban que solo era un escalón en su camino a la Revolución, como para los que consideraban que era un salto bastante grande. Los incidentes no tardaron en surgir. Y así el 12 de mayo de 1931 era incendiada la Capillita San José, además de las Mínimas, los Paules, Los Capuchinos, etc. En junio de ese año se dan los llamados “Sucesos de Sevilla” con grandes enfrentamientos entre obreros y la Guardia Civil. Se convoca huelga general y es bombardeada con piezas de artillería “Casa Cornelio” en la Macarena, lugar habitual de reunión de grupos comunistas. Estos sucesos no incidieron en la Semana Santa de 1931., que transcurrió en paz e hicieron estación de penitencia cuarenta y cuatro cofradías. Pero, después del empeoramiento experimentado a lo largo de ese año, dieron motivos a los cofrades para coger miedo y el ambiente se enrareció. En nuestra Hermandad se aprecia a fines de ese año los ceses y dimisiones de algunos miembros de la Junta de Gobierno. Y antes de concluir el año hubo contactos propiciados por las autoridades para garantizar la salida de las cofradías en la Semana Santa del venidero año. Es más, en diciembre de 1931 se le recibió ya el oficio del Ayuntamiento para conocer qué cofradías saldrían en estación de penitencia.
Al notificársele a la cofradía de la Estrella, acordó contestar que haría estación de penitencia “de acuerdo con la visita hecha al señor Alcalde y de los acuerdos derivados de la misma, siempre que las circunstancias económicas y sociales lo permitan”. En ese mismo Cabildo, pese a los ceses y dimisiones de varios Oficiales, se acordó crear Comisiones para el reparto de las túnicas y para postular por las calles para recaudar lo necesario. La corporación, por tanto, esta plenamente decidida a salir, de modo que también se acordó firmar un contrato con Pedro Solís, de Lucena, para que completase la candelería del paso, visitar a la viuda de Ortega para recoger la corona de la Virgen y dar con un oficio las gracias a la Hermandad del Gran Poder por la donación de una bandera concepcionista y de un Simpecado.
A los dos meses del anterior Acuerdo, ya no se hallaba tan claro la postura de salir, por los motivos que hoy son bien conocidos: temor ante posibles incidentes en el recorrido de las procesiones; desconfianza hacia el Ayuntamiento y la solución económica propuesta, instrumentalización del tema por intereses y grupos políticos muy concretos; afán de “castigar” a las autoridades republicanas por los sectores más conservadores responsable del gobierno de las cofradías por su política religiosa. En vista de este conjunto de causas, se convocó un nuevo Cabildo para el 13 de febrero de 1932 en el que, mediante votación nominal, se debía determinar si se procedía o no a efectuar la salida procesional. Reunidos los cofrades, tomó la palabra el director espiritual, Sr. Sebastián Bandarán quien manifestó el objeto del Cabildo a los asistentes y se procedió a llevar a término la votación que dio lugar a un resultado de ocho votos a favor de realizar la estación y siete en contra. Entonces el Teniente Hermano Mayor, Sr. Medina, que presidía, ante la ausencia obligada del Hermano Mayor, consideró nulo el sufragio por razón de que existía un voto improcedente, ya que había sido depositado por el Director Espiritual, que según ordenan las Reglas, tiene voz pero no voto, motivo por el cual el resultado era un empate, y por tanto debía efectuarse una nueva votación.
El 17 de febrero se convocó de nuevo a la Cofradía a la transcendental reunión. Se inició la misma tomando la palabra el Sr. Medina que manifestó que la cofradía atravesaba una situación económica que no le permitía hacer estación de penitencia, pero, por otra parte, era conveniente considerar que tanto el Alcalde como el Gobernador Civil, en senda entrevista, se habían comprometido en dar cuantas facilidades fueran necesarias para que la corporación realizase su estación penitencial y, a la vez, garantizando el orden y la seguridad de la cofradía. Acto seguido el señor Álvarez expuso a la consideración de los asistentes que si la cofradía no disponía del suficiente dinero para efectuar la salida, y al Hermano Mayor se le debía algunas sumas de dinero de consideración, debía dejarse a la elección del Cabildo el acuerdo pertinente. Se procedió, por tanto, a una votación secreta, en la que salieron veinte votos a favor por seis en contra, por lo que se aprobó realizar la estación de penitencia como en años anteriores, así como comunicarlo al Gobernador Civil y al señor Alcalde. Se produjo también las dimisiones de Manuel Canela y del secretario 1º que quedaron en suspenso para tratarse en el siguiente Cabildo.
Una vez adoptada la histórica decisión –la única corporación que decidía efectuar la salida-, se iniciaron los preparativos para organizar la misma, de modo que en los días siguientes se desarrolló con normalidad el reparto de túnicas y el montaje de los pasos. Cundió, pues, el entusiasmo en el seno de la Hermandad, y enterado el alcalde de la Ciudad de la decisión de hacer estación. Ofreció de su peculio particular y del de los concejales la cantidad nada despreciable de mil pesetas para los gastos de la salida, y de doscientas cincuenta en caso de ser suspendida por otra causa. En principio, se pensó en llevar a cabo la estación de penitencia en el día acostumbrado, el Domingo de Ramos, pero por una errónea interpretación, en cuanto a la ayuda municipal prometida, el mayordomo por su cuenta resolvió suspender la salida. No cabe extrañarse de esta decisión, debido a la precariedad económica que la corporación atravesaba, pero esta decisión personal del mayordomo, fue aceptada por los miembros de la Junta de Gobierno.
No obstante, los acontecimientos que se sucedieron el Domingo de Ramos hicieron modificar la decisión de la Junta de Gobierno. En ese día, pese a que el pueblo conocí la resolución de la cofradía de no ir en estación de penitencia hasta la Catedral hispalense, el templo de San Jacinto se llenó de fieles dispuesto a contemplar a las sagradas imágenes, colocadas en sus pasos, comentando desilusionados la suspensión de la salida procesional A las dos de la tarde se cerraron las puertas del templo, y aparecieron los costaleros del paso del Señor que de improviso se metieron debajo del paso, lo alzaron y lo trasladaron con fervor hasta el cancel de entrada al templo. Ante la emoción de los hermanos asistentes, se llegó a escuchar una saeta, y ni siquiera faltó el acompañamiento de la banda de música del “Tubero”, que acompañó a la mecida del paso.
En medio del entusiasmo que originó la súbita “levantá” de los costaleros, comunicaron que eran ciertas las noticias de la supuesta negativa del alcalde a cumplir su promesa de subvencionar a la Hermandad, por lo que se decidió nombrar una Comisión para pedir audiencia al señor alcalde, y confirmar lo cierto del asunto. Recibida la Comisión por el alcalde de la Ciudad, desmintió las infundiosas noticias de su negativa a cumplir la ayuda prometida, y volvió a ratificar su promesa. La Comisión giró también una visita al gobernador civil que dio toda clase de garantías en cuanto al mantenimiento del orden público y defensa de las sagrada imágenes, y de una tercera y última, al cardenal Ilundáin que, oída las explicaciones de la Comisión y el deseo generalizado en la Hermandad de efectuar la salida, autorizó de inmediato la estación de penitencia.
A las cinco de la tarde del Jueves Santo, que resultó ser un espléndido día primaveral, la gente, según refieren las crónicas periodísticas de la época, se agolpaba por todo el itinerario para seguir la cofradía. Era imposible, según relata Manuel Rodríguez, dar un paso desde el primer tramo de la calle Rioja, esquina a Sierpes, concentrándose el gentío por la zona ancha de la calle Reyes Católicos, el puente, el Altozano hasta las proximidades de la iglesia de San Jacinto, de modo que hubo bastantes dificultades para la organización de la procesión.
Al escucharse las vibrantes cornetas, anuncio de la salida, la muchedumbre prorrumpió en aplausos, que se intensificaron desde la presencia del paso del Cristo de las Penas sorteando el pórtico del templo. Siguió después un silencia impresionante, a medida que fue avanzando el cuerpo de Virgen.
Cuando se produjo la salida del paso con la Virgen de la Estrella, la ovación sonó como un trueno descomunal, seguido de vivas e innumerables saetas. La procesión continuó lentísimamente por San Jacinto y el Altozano hasta alcanzar el puente, ya que aquel año no se fijó ningún tiempo determinado para cumplir la estación de penitencia, por ser la única cofradía en la calle.
Aunque en las primeras horas todo transcurría con absoluta normalidad, instantes después de dejar la calle Rioja e irrumpir en la de Velásquez, fue lanzado un ramo de flores con un objeto sólido que afortunadamente cayó en la candelería. Cundió enseguida el pánico entre los que presenciaban el cortejo, y comenzó el desconcierto y las carreras de las gentes, si bien ningún nazareno se movió del sitio asignado en el cortejo.
La reacción de público, ante la actitud de la cofradía, después del primer susto, fue de delirante ovaciones a la Virgen y de imprecaciones al desconocido autor del supuesto atentado. La entrada de la cofradía fue apoteósica, y ya en la calle Sierpes, desde los altos del antiguo Kursaal, fue arrojado un ladrillo al paso del Señor, originando desperfectos en unos de los ángeles de la canastilla. Fue inmediatamente reconocido y detenido el autor, y puesto a salvo de las iras del público que demostraba su sorpresa e indignación.
Continuó con mayores bríos la procesión, entre vítores e incesantes saetas, y al entrar el paso de Virgen por la Catedral por la puerta de San Miguel, se dispararon dos tiros alevosos a la Sagrada Imagen, sin que por fortuna le llagaran a alcanzar.
El autor se dio a la fuga entre la confusión y el pánico de la multitud, enfrentándose con varios números de la Benemérita delante del edificio del Archivo General de Indias, intentando evadirse y confundirse con la gente que confluía por la Avenida. Aquí fue sorprendido por alguien que la propinó un fuerte bastonazo, cayendo conmocionado al suelo, instante que aprovechó la Guardia Civil para proceder a detenerlo.
Se cerraron enseguida las puertas de la Catedral, quedando la cofradía dentro unos instantes, y los miembros de la Junta de Gobierno se acercaron a ver al gobernador civil, que se hallaba en la puerta de Palos, quien comunicó a los responsables de la cofradía que estaba al tanto de todos los acontecimientos y que el autor de los disparos había sido ya detenido. A oídos de un miembro de la Junta de Gobierno de la cofradía también llegó la noticia de que un grupo extremista preparaba un atentado de mayores dimensiones al paso de la cofradía por los jardines del Paseo de Colón, junto al Puente de Isabel II. Enseguida, pues, se comunicó la información a un teniente de la Guardia de Seguridad, que sin dilación, envió una sección a caballo, que sorprendió a los pistoleros, que fueron detenidos en su totalidad.
El itinerario, no obstante, para mayor seguridad, fue alterado a su salida de la Catedral, regresando la procesión por la calle Alemanes, Avenida, Plaza Nueva, Tetuán a Rioja, para posteriormente, discurrir por Reyes Católicos hasta su templo. Al dejar atrás el puente, en el mismo Altozano, arrojaron sobre el paso del Señor unos huevos conteniendo gasolina, sin que, por fortuna, se produjera incendio alguno.
Y, sin más incidentes, entre el fervor y el entusiasmo popular, la cofradía entró en su templo con el mismo número de nazarenos que con que saliera. Un detalle digno de resaltar en esta histórica salida de la cofradía trianera, por la que desde esa época recibió el calificativo de
“La Valiente”, fue que al pasar por las Casas Consistoriales, el alcalde y otros miembros de la corporación, invitaron a los oficiales de la corporación a entrar en el edificio. En uno de los salones el alcalde hizo entrega a los cofrades de las mil pesetas prometidas, y se cursó un telegrama al Presidente de la Cortes que textualmente decía: “En estos instante pasa delante de Casa Consistorial la Virgen de la Estrella aclamada por el pueblo sevillano”.
La cofradía consiguió mejorar su economía al recibir la subvención del Ayuntamiento, a la que, además sumó la donada por el Centro Mercantil consistente en quinientas pesetas. También hubo una donación de un hermano de una naveta y cuatro ciriales.
Los hechos se desarrollaron pero en 1933, de modo que la cofradía aunque acordó salir, no lo hizo, como el resto de las demás corporaciones. Desde el Cabildo de salida en abril los hermanos no volvieron a reunirse hasta noviembre, y en esta ocasión, hubo acusaciones de determinados hermanos a la Junta de Gobierno, porque no se llevaba la contabilidad en libros, se adeudaba la electricidad, hasta el punto de que le fue cortada, y veinte meses del alquiler del almacén de los pasos, y sin embargo, tampoco se habían celebrado cultos que hubieran ocasionado gastos. Tras estas acusaciones se produjo la elección de nueva Junta que supuso la destitución del señor Canela, el nombramiento como Hermano Mayor de Blas Medina, Secretario 1º Luís Medina y como Prioste y Mayordomo dos de los cofrades que habían hecho las acusaciones: Francisco Barreiro y Manuel Baquero respectivamente. Se comunicó al Arzobispado la elección efectuada y se hicieron gestiones para que procediese a la aprobación de ésta. Por Decreto del Cardenal de 19 de diciembre de 1933, se consideró legítima la elección, y mandó que el Hermano Mayor y el Mayordomo de la anterior Junta presentasen cuentas. Por parte de la cofradía, para regularizar la situación, se propuso hacer un inventario y recuperar todos los enseres que se hallaban fuera del almacén como el techo de palio, las jarras, etc… El temor a los cultos públicos que había que celebrar, hizo que se averiguase la situación en que se hallaba la póliza de Seguros que se tenía con la Compañía Adriática, la que no quiso mantener su contrato con la Hermandad aduciendo que existía un atraso en los pagos de dos meses. Se acordó celebrar el besamanos de la Virgen el 17-18 de febrero y el Triduo para el 23-25 de ese mes. Se recogió el palio que obraba en poder de Guillermo Carrasquilla, quien reclamaba quinientas pesetas adeudadas aún por la Hermandad desde que se contrato su ejecución. Se expuso en Cabildo General como condiciones que debían darse para realizar la estación:
· Se garantizase quince días antes del Domingo de Ramos que se iba a recibir la subvención;
· Existiese garantías de orden público y una regulación del tráfico rodado en la carrera Oficial:
· Que el Jueves y Viernes Santo serían festivos.
Al considerarse que estas condiciones se cumplirían, se acordó por 19 a 2 votos en contra hacer estación. Para llevarla a cabo, y ante la falta de liquidez, el Hermano Mayor, Sr. Vizcaíno anticipo la cantidad imprescindible para atender a los gastos. La Hermandad salió, por tanto, junto a otras doce corporaciones, en su día acostumbrado.
En los meses siguientes, no sólo la Hermandad atravesó una situación económica delicada, sino que en varios Cabildos se reprodujeron las acusaciones e incidentes entre los hermanos. El prioste Barreiro se vio forzado a presentar su demisión al conocerse que había prestado enseres para una cruz de mayo de un corral, en calle Pagés del Corro, sin la adecuada autorización; también dimitieron otros miembros de la Junta, como los mayordomos Baquero y Cambriles, o Vicente Romero. No obstante, con el tiempo se fue superando estas escisiones internas, cubriendo las vacantes y se siguieron acometiendo nuevas reformas, como el arreglo de la candelería, el pasado del estandarte o la restauración de palio. Ya en 1935, en el mes de febrero, se acordó hacer estación y ampliar el itinerario por el barrio trianero, para que la cofradía transitara por las calles Castilla, Procurador y Pagés del Corro, pues- como alguien dijo- “¡lo que es del barrio se le dé al barrio!”. Para poder atender los gastos de la salida se solicitaron a los hermanos que recaudasen donativos en el barrio y se fijo una cuota extraordinaria de 1,50 ptas.
En la segunda mitad de ese año, mejoró la economía tras recibirse la subvención, de modo que se hizo la propuesta de pasar el palio a nuevo terciopelo, con el añadido a las bambalinas de los escudos de la Hermandad y de una malla de estilo mantilla y flecos de bellota, Se aceptó el presupuesto dado por el bordador Caro, que ascendía a cinco mil ptas. que recibió en diversos plazos. En 1936 se acordó hacer estación, siempre que, como en años anteriores, se garantizase el orden público y se obtuviese la subvención del Ayuntamiento. La cofradía hizo estación, como el año anterior, si bien con el estreno definitivo del pali restaurado por Caro. Hubo el ofrecimiento desinteresado del acompañamiento de los campanilleros de la O, pero se estimó que no iba en consonancia con un acto de penitencia. Por existir muchos recibos impagados, los cultos de Cuaresma se limitaron a una Función a la Virgen el Domingo de Ramos. En Junio se repusieron algunos cargos, entre éstos el de Hermano Mayor, que pasó a desempeñar Antonio Escobar García.
La situación política seguía preocupando a los cofrades, por lo que ese año por dos ocasiones ocultaron a la Virgen, ante el temor de incendio o profanación. En febrero, al producirse el triunfo en las elecciones del Frente Popular, y el 18 de julio, ante los disturbios, la Virgen fue sacada de San Jacinto e introducida en un camión propiedad de Joaquín Gordillo, quien ayudado por Manuel Castro, Manuel Días y Manuel Rodríguez, la depositaron en el domicilio de éste último, en la calle Beato Reviera, 5, donde permaneció hasta que pasó el peligro.
A mediados de 1937, al haber experimentado un respiro la economía de la Hermandad, que disponía de un superávit cercano da 2.500 ptas., se propuso por el mayordomo emprender mejoras sustanciales en el paso de palio, entre otras, el arreglo de los respiraderos, añadirles cartelas sobredoradas, manigueta y reformas de los basamentos y el plateado de varales. Presentada dos propuestas se eligió la del Sr. Medina Mira, que ascendía a 4.735 ptas., de las que se le anticipó 500 ptas. En 1938, pues, se hizo estación con notables mejoras en el paso de palio y se aprobó un itinerario que transcurrió por las calles Pagés del Corro, Luca de Tena, Rodrigo de Triana, Vázquez de Leca, Plaza de Santa Ana, Pureza, Puente, Reyes Católicos, Murillo, O’Donnell, Campana, Sierpes, Plaza de San Francisco, Avda. Queipo de Llano, Catedral, haciendo el regreso por Alemanes, Conteros, Francos, Chapineros, Anima, Granada, Tetuán, Rioja, San Pablo, Reyes Católicos, Puente y San Jacinto. A lo largo del año se consideró imprescindible las sustitución del paso del Señor, el proseguir con las reformas en el palio, pese a que, por la guerra existían dificultades por falta de operarios para acometerlas, y se acordó eximir del pago de cuotas a los que estaban luchando en el frente.
A comienzos de 1939 el párroco de Santa Ana solicitó explicaciones de la intervención practicada a la Virgen de la Estrella. Se le informó que, como se acordó en Cabildo de 24-II-1935, se procedió a restablecerle la policromía que manos inexpertas hacía unos años había alterado. Se encomendó la tarea de limpieza superficial del rostro de la talla mariana al académico Fernando Labrada, que devolvió a la imagen Titular de la corporación un tono más natural, aunque no pretendió recuperar del todo la encarnación originaria que subyacía en la talla, pues precisaba realizar unas “catas” previas, lo que requeriría un estudio y una intervención más profunda de la practicada. El 20 de febrero se le notificó a la Hermandad por el Arzobispado que una Comisión, integrada por el profesor Hernández Díaz y el pintor Santiago Martínez efectuarían un examen de la Virgen para comprobar la restauración efectuada. El 13 de marzo, la corporación hizo constar en Acta que daría todas las facilidades necesarias para que la Junta Diocesana del Tesoro Artístico examinase la imagen mariana. El 9 de junio la Hermandad, en un escrito del Arzobispado, recibía la felicitación por la acertada intervención que el señor Labrada había realizado en la hermosa Titular de la corporación nazarena.
Ese año de 1939 se intentó la celebración de la Función a la Virgen el día de la Festividad de la Candelaria, pero no se logró por parte de los dominicos que cedieran en permitir la celebración de la misma. Se mantenían, pues, la dificultades con la comunidad como años atrás, pues los monjes alegaban ante el interés de la Hermandad de que oficiasen misas los domingos, que la residencia era zona de paso y por esa movilidad no podían atender a ello. En febrero se acordó efectuar la estación penitencial y el que una representación de la Hermandad acompañase a la de la Esperanza de Triana en su salida en la Madrugada. Se observa que, como en años anteriores, se pretende infundir el verdadero espíritu de penitencia que ha de existir en la estación, por lo que Blas Medina exhortó a los presente a Mostar una mayor compostura y recogimiento enasta, y advirtió que se impondrían graves sanciones a quienes lo incumpliesen. Se decidió adquirir ocho candeleros entre varales para el exorno del paso de palio y una blonda de oro para el manto de la Virgen.
En Cabildo de Oficiales de 11 de mayo, y en el General, de 18 de junio, se propuso emprender importantes reforma en los pasos. Todo ello motivado por haberse mejorado notablemente la administración de la cofradía, por la labor austera llevada a cabo por el mayordomo señor Castro. Precisamente, en el Cabildo General de junio, se expuso los progresos económicos experimentados, donde se demostró que los ingresos en algunos conceptos se habían triplicado o cuadriplicado: si en postulaciones en 1934-35, la suma recaudada ascendió a 1.082 ptas. en este año fue de 3.700 ptas. Por tanto, si en 1934-35 se obtuvo un total de 7.353 ptas. De esa cantidad se habían invertido en reforma 4.167 ptas, y tras atender a los gastos, había quedad un remanente de 3.657 ptas.
Ante esa meritoria y acertada labor de algo más de cinco años, se expuso el continuar con la reformas en los pasos. Respecto al paso de Cristo se consideró que convendría reconstruir el que se poseía, aumentándolo de anchura, longitud y altura, y que en caso de que el presupuesto por reforma del actual fuese semejante a lo que costase un paso nuevo, se escogería esa segunda opción. Para el de Virgen se proponía volver a cincelar los varales o sustituirlos y concluir los remates de éstos, así como la adquisición de cuatro ánforas entre varales, arreglo de los candelabros de cola, y confección de faldones bordados. También se incluía entre los proyectos la confección de una saya de camarín, y de una veintena de túnicas. Acto seguido se procedió a la elección de los Oficiales, que se determinó que fuese por cinco años para que los cambios en la Junta no afectasen a los proyectos de reformas que se iban a emprender. No hubo grandes modificaciones en puestos de mayor responsabilidad de la Hermandad, por lo que siguió como Hermano Mayor Antonio Escobar, Blas Medina como Teniente Hermano Mayor, Manuel de Castro como mayordomo o Luís Medina como Secretario 1º. No obstante, desde los años finales de la década anterior Blas Medina rige los destinos de la corporación, pues los elegidos para el desempeño de este cargo se ausentan y apenas toman parte en las decisiones de la cofradía.
Al mes de lo acordado en el Cabildo anterior se presentó un proyecto de paso de Cristo por el señor Carrera que se comprometía a darlo acabado para la Semana Santa del año siguiente, siempre que se le anticipase 4.000 ptas, se le entregasen otras 6.000, una vez recibida la cofradía la subvención del Ayuntamiento, y el resto, 8.500 ptas, quedaba aplazo a pagar en dieciocho meses. En el proyecto no se incluían el dorado del paso ni los candelabros. Se acordó estudiarlo detenidamente, si bien se objetó que no podría llevarse a cabo hasta que se encontrase un comprador del paso antiguo, sin que aún existiese Hermandad interesada en el mismo. En el siguiente Cabildo, del 29 de septiembre, se acordó rechazar el proyecto de construcción del paso presentado, por considerar que la oferta recibida no era conveniente. Las dificultades de la época afloran, asimismo, en otras cuestiones, como, por ejemplo, en las gestiones que la corporación realizaba en Barcelona para la adquisición de telas para la confección de las túnicas, o en el hecho de que hubo que postergar el concluir el bordado del estandarte o la sustitución de los faldones del paso, ante la falta de material y de operarios. A fines de este año, por cierta oposición de algunos Oficiales al Mayordomo Manuel de Castro, éste presentó la dimisión de su cargo, después de haberlo ejercido durante bastantes años y logrado sanear la economía deficitaria que se encontró; por solidaridad también dimitió el Hermano Mayor señor Escobar.
Tomado del " Libro Estrella " - Ed. Guadalquivir
Reportaje Semana Santa Sevilla. Los Reporteros 

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