jueves, 23 de abril de 2020

¿Por qué prefiero una foto?

Cofrades de Arahal. Zapatero a tus zapatos… Pues porque soy fotógrafo, porque no se ni como se agarra un pincel, o por un absurdo empeño de que lo que yo creo, es lo mejor.
La fotografía es la hermana pobre de la pintura, la cenicienta dentro del cuento de las artes, donde todo parece mucho más difícil que fotografiar. No me negarán que sacar la estatua de David de un bloque de mármol amorfo, plasmar la Gioconda en un lienzo blanco o convertir el simple ruido en una sinfonía, es más complicado que apretar un botón. Y tener enseguida un fotograma idéntico a lo que tenemos delante de nuestras narices. Si no es muy difícil de hacer, lo más seguro es que no sea arte, o si lo es, se tratará de un arte menor.
No pretendo con estas letras poner una cosa por encima de la otra, no pretendo reivindicar nada ni ser la voz de otras personas, que como yo, sienten, viven la semana santa, luchan, se esfuerzan, a veces lloran en medio de la calle.
Ser cofrade es ser cristiano, y ser cristiano es ser generoso. Pocos colectivos tienen una cuota de generosidad con el mundo cofrade más alta que la de los que hacemos fotografía a pie de calle. A veces denostados, criticados, incluso menospreciados. Sólo un fantasma puede estar por la calle sin estorbar absolutamente a nadie. Los que hacemos fotografía cofrade tenemos alma, pero también un cuerpo físico que ocupa un espacio en el mundo real, por eso a veces se hace imposible pasar del todo desapercibido, por mucho que se intente.
En la tranquilidad de su casa, de su estudio. Sin prisas, sin bullas, cualquier artista de los de verdad, convierte un lienzo blanco en un maravilloso cartel de semana santa. Si se equivoca tiene margen para solucionarlo, si cambia de idea sobre la marcha, también. Nunca llueve en el estudio de un pintor. Cualquier artista de los de verdad, recibe el encargo con tiempo de sobra, recibe sus honorarios correspondientes, recibe alguna clase de instrucción o puede que tenga libertad plena para pintar lo que quiera. Cualquier artista de verdad, te hace una obra de arte, de las de verdad.
A pie de calle, justo el día de la procesión, a la hora exacta, cualquier fotógrafo tendrá un montón de obstáculos que superar. Cualquier fotógrafo, a esa hora y en ese lugar, tendrá una oportunidad, o tal vez ninguna, de hacer esa fotografía con la que ha soñado, o se ha imaginado. Cualquier fotógrafo cuando ha adquirido su equipo, se ha molestado en aprender a manejarlo, ha dedicado buena parte de su tiempo, de su vida incluso, a comprender el misterio de las luces y las sombras, a comprender que detrás del gesto facilón de pulsar un botón, se esconde una ciencia rayando casi en la alquimia, en la magia.
Cualquier fotógrafo se encontrará unas calles plagadas de cables colgando, señales de tráfico, aparatos de aire acondicionado, o farolas con unas tonalidades dispares. A pie de calle es todo, condenadamente real.
Permítanme la comparativa, pintar un cuadro sería como jugar una partida de ajedrez donde hacer una fotografía equivaldría a pelear en una batalla, pero de las de verdad. En la vida real, unos mueven fichas en un tablero y otros luchan, pasa con todo.
Pensarán que estoy elevando a unos y menospreciando a otros, nada más lejos de mi intención. Pero hablando de intenciones, a menudo la que acompaña al fotógrafo es de una generosidad sin límites, el que nunca haya regalado sus fotos, que tire la primera… fotografía.
¿Cuánto costará cada pincelada que da un pintor en un lienzo?, como para preguntarle a Velázquez o a Leonardo. Tal vez el fotógrafo cofrade no sea un artista, tal vez no merezca ni estar en el sitio que ocupa en una calle. Pero el caso es que está ahí, dejándose la piel para hacer una fotografía que luego casi seguro regalará.
En el fondo, son dos cosas que no se pueden comparar, unos gozan de un don que los convierte en artistas, otros gozan de un gen que les permite articular los dedos de una mano y apretar un simple botón.
Unos inventan la belleza partiendo de la nada, otros son capaces de robársela a la mismísima realidad, delante de sus narices. Unos ponen la mano y otros, se llevan el palo.
No me pregunten por qué prefiero una fotografía, ¿Acaso ustedes hubieran preferido que la sangre de Cristo en la cruz hubiera sido un pigmento rojo? No me pregunten por qué prefiero lo real, antes que lo imaginario.
Más información: http://www.lavozdecordoba.es/
Redacción: Blas Jesús Muñoz
Foto: Fran Granado

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