El tres de Marzo es una fecha inolvidable en el calendario de mi vida, pues
fue el día en que perdí a mi padre, un día para el recuerdo, y entre recuerdos,
hoy soy yo el que siento que con el paso del tiempo todos algún día seremos
padre como “Él”.
Nunca olvidare la ilusión que yo tenía para entrar de costalero y portar a una
de mis madres, la Virgen de los Dolores de mi Hermandad de la madrugá. Mi padre
me decía que la edad que tenía no era la más propicia para ser costalero, pero
yo me encabezoné y me presente a la igualá. Como uno más me aceptaron y conseguí
dos cosas; la primera formar parte de esa imponente cuadrilla de costaleros y
la segunda como cabe de esperar, la bronca que me gané, pero de esa bronca lo
único que recuerdo es cuando en mi primera madrugá un padre con los ojos
empañados al ver la felicidad de su hijo y un papel de calentitos en la mano. Levantó
el faldón y preguntó con voz temblorosa: ¿dónde está mi hijo?, al escucharlo me
abalancé sobre él y entre besos y lagrimas me susurró; esta madrugá para mí es
diferente, con tu entrega y perseverancia
me has demostrado que tienes un gran corazón, que por pasear a nuestra
bendita madre, desobedeciste a tu padre y ahora te pido que la pasees con toda la ilusión
del mundo.
Como hijo, también aquella madrugá fue totalmente diferente, la ilusión que
yo tenía por ser costalero había quedado pequeña en aquel preciso momento, y
entre olor de los churros que mi padre nos había dejado, nunca se me olvidará
aquella expresión y comprendí que un hijo, cuando las cosas las hace con el
corazón, hasta su padre aunque no esté de acuerdo se siente inmensamente
orgulloso. Ahora creo que desde ese pedacito de cielo en el que se encuentra seguirá
sintiéndose tal y como aquel día lo hizo.
Pues bien, ahora me toca a mí, yo soy el padre.
El día que mi hijo cumplió la mayoría de edad, yo ya había colgado el
costal, me pidió mi aprobación para entrar de costalero y mi primer pensamiento
fue que sabía que algún día este momento llegaría y se me vino a la memoria
aquella bronca que mi padre me echó.
Ya desde muy pequeñito lo tuve muy
involucrado al mundo del costalero al haber pertenecido yo tantos años a la
cuadrilla de Ntra. Sra. de los Dolores. No pude decirle que no lo intentara, es
más, hablé con el capataz y le pedí que me volviera a readmitir, junto con mi
hijo, y experimentar ese sentir de trabajar codo con codo con tu lazo de sangre.
Llega el día de la igualá y conseguimos entrar, en el primer ensayo le
ayudé a vestirse, le hice el costal se lo coloqué y nos metimos bajo los palos.
Llegó la primera levantá le digo, ponte así, haz esto, haz lo otro, mira para
allá y sobre todo si no llevas kilos me lo dices. Yo me paro a pensar ahora y
creo que yo estaba más nervioso que él, le decía, José como vas, José ten
cuidado, José mira como lo hago yo, José no hagas eso…
Ensayos los cuales afrontábamos con gran ilusión, se me estremecía el
corazón al saber que el que a mi lado estaba era mi hijo, pues bien, tan hondo
me llegaron aquellas palabras que mi padre me confesó; que imaginaros lo que se
siente y el amor que puede llegar a sentir un padre por su hijo.
Llegó el día de la verdad, la noche de nuevo la había ganado la batalla al
día, nos dirigimos al templo y comenzamos a vestirnos, era tal el nerviosismo
que yo tenía, que me tuve que hacer el costal unas cinco veces, sin lugar a
dudas parecía yo el nuevo. Sin embargo, a mi hijo se lo coloque a la primera,
el capataz nos entregó los cuadrantes de relevos y me desilusionó el ver que no
coincidíamos en el palo en ningún momento pero nada se pudo hacer. Nunca me
gustó trastocar los cuadrantes, pues si se hiciera otro sería el perjudicado. Llegó
el momento de la salida, abrace a mi hijo y entre besos le desee toda la suerte
del mundo, como durante todo el recorrido no coincidíamos bajo las trabajaderas,
yo siempre le preguntaba cómo iba y él; me contestaba lo que yo quería escuchar,
igual que tu papá. Recuerdo que él tenía salida y yo entrada, en la calle
Laguna, ya de vuelta, mi hijo de nuevo entraba
bajo el paso y yo salía, en la calle Iglesias, ya cercano al templo de
recogida, mi hijo salía y yo de nuevo entraba en el último relevo, ya hasta el
templo, hasta encontrarnos con el redentor que dentro nos esperaba, pero a la
altura de la capilla de Veracruz no pude aguantarme más y pedí a un compañero
que me dejara su sitio para poder estar, aunque solo fueran unos metros, junto
a mi hijo portando a Ntra. Virgen hasta el próximo relevo. Al levantar el
faldón e introducir un pie escuche como mi hijo se partía el alma llorando,
entré y lo abracé, susurrándole al oído le dije esto: José si a tu padre le
pesa y tú lo sientes, aprieta los dientes y ayúdalo que tu Madre, la cual
portamos, nos lo agradecerá, el que tan orgullosa la paseemos por las calles de
Arahal.
En la calle Iglesias salimos los dos y abrazados juntos entramos en el
templo, cuando dejaron a Ntra. Madre junto a su altar ya no pudimos más y
rompimos juntos a llorar, deseando que el próximo año llegue ya.
Otro momento que jamás olvidaré. Un padre, un hijo, un abuelo. Nuestros
lazos de sangre.
José Manuel Cordón.
Foto: Fran Granado
Felicidades Cordón. Gracias por compartir tus sentimientos con todo el mundo y demostrar lo grande que es ser cofrade. Personas como tú, humanizan este mundo y lo llenan de sentido.
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