Llevan estos ojos un rito tan antiguo como la sangre misma, como la
misma primavera que abre sus cruces a la luz y distingue, en su ofrecer de panales
de oro, el inmediato horizonte que a lo lejos se avecina. Amparan otra forma de
mirar, de comprender y detener el tiempo, de asumir y caminar las calles, ya
recreadas por la cera derretida. Estos
ojos que ya se están mirando por lo hondo de sus cuencas, por lo que hay detrás
y más abajo de la piel, por donde es el corazón y ya se mueve en sístole y
diástole.
Será anónimo el tránsito de las pupilas, anónimo su nombre y
su nostalgia, y será anónima su figura por todo lo que hemos ya denominado penitencia.
¿Habremos de sentir a esta soledad la más augusta? ¿Habremos de asumir que este
es el silencio más único y solo?
Dos escasas puertas a la vida, la íntima clausura de dos
ojales que desembocan al pequeño y reducido mundo, el solemne mirador por el que
asoman a una Semana Santa intestina e inexpugnable.
¿Espíritu o entraña?
La semana de Dios que ya late, en verdad de cielo, desde el
interior del antifaz…
Julio S. Fernández Gómez.
Julio S. Fernández Gómez.
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