domingo, 29 de marzo de 2020

En el Recuerdo. Estaban equivocados. José Antonio Rodríguez Benítez

J. Antonio Rodríguez. Por aquellos años, la población pasaba hambre, la sociedad estaba agitada, no había trabajo, la crisis social apretaba de las gargantas de los campesinos y proletarios. Frente a esto, un sector andaba vendiendo que la Iglesia se encontraba acomodada en sus palacios, en sus templos cubiertos de oro y malgastando el dinero que de las limosnas recibía.
Cuando se vende la teoría del odio, no podemos esperar que suceda otra cosa que la que ocurrió en 1936. En España se cree que la crisis la ha provocado Estados Unidos, que los pobres sólo viven en África o que la Iglesia es una institución anciana que sólo busca su propio beneficio.
Cuando se dan argumentos tan simplistas no podemos esperar una respuesta argumentada. Y eso fue lo que ocurrió en 1936. Cuando a un pueblo sin educación -porque no había tiempo para educarse- se les hostiga con argumentos simplistas, las reacciones pueden ser, cuando menos, tan violentas como de las que fueron testigos nuestros abuelos.
Si esos argumentos van sazonados con el hambre que se pasaba, que nuestros Cristos y Vírgenes acabaran calcinados era lo menos que se podía esperar aunque el tiempo ha venido a demostrar que los incendiarios estaban equivocados.
Y estaban equivocados porque acabaron pecando de los que nos achacan a los que tenemos fe. Y aquí vienen la explicación:
Los quema-templos pensaban que nuestra fe, sin la imagen no se sostiene. Dicho de otra forma. Sus argumentos simplistas les llevaron a pensar que sin una imagen a que adorar, la devoción, las oraciones y la piedad popular tenía sus días contados. Pensaban que los cofrades éramos iconoclastas por adorar a nuestro "becerro de oro" de manto y corona. Pero, una vez más, estaban equivocados.
Los cofrades, con las cenizas de sus Dioses de madera humana recompusieron la figura de sus imágenes. Al día siguiente de los saqueos, en los talleres de muchos imagineros se modelaban los futuros reyes de una ciudad que, todavía, olía a humo.
Y aquí está la grandeza de esta historia. Hay un proverbio chino que dice que "cuando el dedo del sabio señala la luna, los imbéciles se quedan mirando el dedo". Pensaban que nosotros, los cofrades, nos dedicamos a mirar dedos que subimos en los pasos para pasearlos por la ciudad. Cuando, realmente, lo que nos mueve a ser como somos es la contemplación de nuestra particular luna.
Por esos en San Julián renació la Virgen de la Hiniesta. Por eso en San Román, volvieron a la vida los titulares calcinados de Los Gitanos y, por eso en Arahal han resucitado tantas y tantas cosas. Por eso hay un Cristo que sigue evocando a los siglos aunque su madera sea reciente. Y todos sus fieles se siguen abrazando a él porque aman su VerdaderaCruz, por encima de la obra artística que pereció en el incendio. Por eso triunfaron los que miraban la luna y los incendiarios no pudieron remover los cimientos de la fe a costa de destruir imágenes.
Porque ha resultado que estaban equivocados.
Foto: Fran Granado
José Antonio Rodríguez Benítez. Boletín Hdad. Vera Cruz de Arahal 2011.



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