lunes, 6 de abril de 2020

En el Recuerdo. Mística. Francisco Robles

Francisco Robles. Al principio es la luz, el destello del mundo reflejándose en esos ojos que son la puerta de la infancia. La Semana Santa entra de una forma cegadora, implacable. Arrasa al niño con sus tambores y sus romanos, sus canastos de oro y los templos de plata donde la Madre vive en la sonrisa apuntada del gozo que siempre supera el dolor. Esa luz se quedará a vivir en la retina de la memoria y renacerá cada primavera como si el mundo estuviera bien hecho. La vía iluminativa, primera estación de la mística, se hace presente en la carne leve del niño que quiere elevarse sobre el mundo sin saber por qué.
Luego llegará el reino opaco de las sombras, el cinturón ajustado del ruán que va dejando sus marcas en la cintura del alma, las ausencias que jalonan la vida como si la existencia fuera una lenta despedida, un naufragio en el mar de la nada. La oscuridad tiñe de negro la inmensa noche que no tiene fin. Apenas nos alumbramos con la luz de esos cirios que titilan como astros portados por la debilidad del hombre. La vía purgativa limpia la Semana Santa de abalorios. La deja en la carne viva de la madera, en el leño desnudo de la Soledad, en la amarga victoria de la muerte presentida.
Entonces sucede el prodigio. Un pájaro rompe el silencio de la madrugada y le canta al mes de abril. En el cielo se abre la rosa del oriente para mostrarnos el color exacto que anida en las mejillas de la Estrella de la Mañana. Unas manos se agarran con fuerza a la cruz del espanto, un cuerpo asciende en vertical a pesar de los clavos que lo fijan al madero, una lágrima recorre el rostro más hermoso que pueda soñar el Artista que la creó. Regresa la luz al lugar exacto donde el niño la descubrió. Un sol inmaculado lo ilumina todo. Dios y la ciudad se unen en el cristal del tiempo. Mañana volveremos a estar en el paraíso.
Foto: Fran Granado
Francisco Robles. ABC 

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