lunes, 30 de marzo de 2020

En el Recuerdo. Azucenas. Francisco Robles


Francisco Robles. Pasear en Cuaresma es redescubrir la ciudad a cada paso. Cayetano de Acosta labró este retablo de piedra que sirve, una vez al año para acoger la imagen del Cristo de la Buena Muerte cuando sale la la antigua Fábrica de Tabacos: hachones de color tiniebla como habanos que huelen a la caoba de las Indias. Retablo efímero que volverá a enmarcar al Crucificado cuando la cintura de la tarde se haya quebrado en los lirios que son del color del crepúsculo. Retablo coronado por ese ángel cernudiano que clava como acero en el cielo de sus alas. A su lado, los jarrones de piedra donde florece el bronce de las azucenas.
Sevilla es inabarcable. Como la luz que está por llegar y que dejar un rastro de miel en los naranjos que se alinean como nazarenos de ruán verde. Casualidades o el seguro azar de Salinas? Cayetano de Acosta labró esa portada de piedra que es retablo por un día, y el retablo de la Capilla Sacramental del Salvador que acoge a Jesús de la Pasión, el Nazareno que tiene el mismo rostro, la misma dulzura que el Crucificado de la Buena Muerte. Piedra desnuda para el sol del Martes y madera dorada que se queda sola en la penumbra del templo cuando el Salvador de Pasión sale a la calle en busca del Jueves Santo.
Pasear por Sevilla en estas tardes frías y lluviosas de Cuaresma es un peligro. La ciudad nos busca y nos encuentra en el centro de nuestras debilidades. El ángel terrible nos clava como acero en nuestro pecho su ala. Y nos señala, con la trompeta donde suena la música del silencio, la cercana capilla donde ahora mismo reposa el Cristo de Meda. El Martes Santo Dios nos hablará directamente a los ojos. Arriba, la pureza de la Semana Santa en el bronce de las azucenas. Abajo, la Bondad en su infinita hermosura nos dará la clave de todo en una sola frase: la Belleza es el antídoto contra la muerte.
Foto: Fran Granado
Francisco Robles.ABC

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