La Madrugada es un Vía Lucis que va del fondo de la tiniebla hasta el cenit del mediodía, un camino de sombras que quiebra el puro y fresco azul matutino, aún negro, que Juan Ramón vio en el clarear de un Viernes Santo. Esa Madrugada le ha servido a Nuria Barrera para componer un cartel donde se concentran todos los tiempos de la ciudad. El urbanismo musulmán que sirve de escenario a la fiesta está presente en el remate del shan islámico que rodea el Patio de los Naranjos, el Gótico se asoma en los pináculos de la Catedral, el Renacimiento está bordado en el manto de terciopelo que se inspira en los azulejos del Alcázar, el Barroco se alza en la dignidad del Cristo de la Sentencia, el Neobarroco se hace presente en las líneas sinuosas del misterio, en el sayón de Castillo que lee el pergamino, en el aire juanmanuelino de la cofradía. Y Roma...
El Vía Lucis de la Madrugada va de los verdes a los azules, de los tibios amarillos a esas rosas que le salen a la ciudad en las mejillas cuando amanece. Es un viaje a través del color. La paleta del cielo se convierte en un arco iris sucesivo que va destilando los matices uno a uno. Todos se aprieta en esas horas como si la vida se redujera a la búsqueda del amanecer que nos libra de la noche oscura del alma.
El tiempo se ha cumplido y el perfil de Muchacha corta el aire con la cuchilla de la belleza.
Eso es lo que ha plasmado esta artista que cada Madrugada va pintando con cera caliente el lienzo tortuoso de las calles que pisa la Esperanza. Como hiciera Ricardo Suárez cuando descompuso el rostro más hermoso de la Historia en pinceladas de café con leche.
Como hacemos cada día los que nos agarramos a esa cintura donde Dios se recreó como en ningún otro lugar de la Creación. Todo se resume en una frase: Nuria Barrera ha pintado a la Macarena. Ni más ni menos.
Francisco Robles. ABC
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