miércoles, 29 de abril de 2015

La Sevilla cofrade pide la rotulación de una calle a Salvador Dorado "el Penitente", conozcamos la historia

Salvador Dorado «El Penitente», hombre de vida azarosa y de quien pienso que Sevilla no le ha rendido aún el tributo de admiración y reconocimiento que merece, dedicándole una calle, a fin de que su nombre perdure para siempre en la memoria de los sevillanos.
Y si digo que su vida fue azarosa, creo que oportuno es recordarla: nació hace ciento dos años, el 5 de junio de 1912, en un enclave pleno de sabor y de sevillanía: el Arenal, en concreto en la calle Galera. Recibe las aguas bautismales en la parroquia del Sagrario, pero pronto, con solo dos meses de existencia, se traslada a vivir allende el río, a un barrio, que le marcará de por vida. Conoció la Triana que la prosa de Chaves Nogales refleja en Juan Belmonte, matador de toros, la de los corrales de la calle Castilla, donde por encima de la innegable humildad, y a ratos la miseria, reinaba la belleza de las flores, la buena vecindad y la cotidianidad de lo humano, valores hoy perdidos como aquellos patios y como la memoria de aquel tiempo. Tras un breve paso por la escuela, el suficiente para algunos años después convertirse en lector de las novelas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía y para rubricar con su firma –que no con una cruz– sus contratos con las hermandades, pronto comienza a trabajar en los tejares del viejo arrabal, aprovechando la enorme fortaleza física que desde niño demostró. Practicó deporte: fue boxeador en las veladas de un cine de verano de la calle Relator. También jugó al fútbol; quienes le vieron cuentan que era un defensa derecho inexpugnable que tras su paso por varios equipos locales –entre ellos el amateur de su Betis– pudo fichar, durante el servicio militar en Madrid, por todo un grande como el Atlético.
Pero su sitio estaba en Sevilla y más concretamente en Triana. Nunca perteneció a ninguna hermandad más que, con el paso del tiempo, a Madre de Dios del Rosario, en cuya junta de gobierno se integró durante varios mandatos. Sin embargo, desde muy joven, apenas quince años tendría, se enroló como costalero de Rafael Ariza, padre de José, abuelo de Rafael y Pepe y bisabuelo de Rafael, Ramón y Pedro. En activo se mantendría hasta el fatídico accidente del palio de La O en 1943, momento en el que iba trabajando en uno de los zancos, permaneciendo debajo tras la catástrofe y propiciando de este modo la salida de muchos compañeros.
Entremedio el episodio de la Guerra Civil, condena a muerte incluida tras la finalización de la misma, fruto de su periplo por varios puntos de la geografía nacional como capitán del ejército republicano. Un campo de concentración en Heliópolis, la conmuta de la pena por treinta años de cárcel y el paso por un nuevo batallón de trabajadores, en este caso en La Almoraima, fueron los trágicos precedentes de la libertad de Salvador, que llega a finales de 1940, cerrando así una etapa de su intensa trayectoria vital que merece ser estudiada en otro ámbito más propicio. Tras la boda civil en territorio republicano, llega la boda religiosa con Pepa, su mujer, en el año 42 en San Bernardo. Se establecen en los terrenos del Cortijo Maestre Escuela y el cabeza de familia pasa a ganarse la vida como carrero, repartiendo harina por las panaderías. Del carro pasaría al sector del transporte y de este, durante casi treinta años, al muelle.
Como ya comentamos, tras el atropello del tranvía al palio de La O, Salvador deja atrás su etapa como costalero, años de siete cofradías cada Semana Santa por las que llegaría a cobrar diecinueve duros y dos pesetas, siendo La Macarena la mejor pagadora (diecinueve pesetas más una “tajá” de bacalao y un bollo, en la vuelta por la calle Feria a la altura de la Cruz Verde). Tras un breve periplo como contraguía de Ariza, debuta como capataz en solitario en La Trinidad, en el año 46. Su primer segundo fue Paco Quesada, a quien seguiría su compadre Espejito, además de nombres claves en su trayectoria como Manolo Santiago o Salvador Perales, muchos años junto a El Penitente. Jesús Basterra, actual hermano mayor de Madre de Dios, también acompañó al maestro durante seis años (desde 1974 a 1980). De él recalca su sexto sentido para ver venir los problemas y solucionarlos antes de que acontecieran, reforzando, si era preciso, una delantera dura como la del palio de la Virgen de los Dolores de Las Penas con buenos peones de la trasera del Señor, ya en el regreso de la cofradía a San Vicente.
Llegó a sacar hasta once cofradías en una misma Semana Santa: La Sed el Viernes de Dolores; el Sábado de Pasión, San Juan de Aznalfarache; el Domingo, El Amor; el Lunes, Las Penas; el Martes, Los Estudiantes; el Miércoles, San Bernardo; el Jueves, Los Negritos; la Madrugada, La Macarena; el Viernes, una en La Puebla del Río y una en La Algaba más tarde; por último, el Sábado, El Santo Entierro de Dos Hermanas; al margen, numerosas cofradías de gloria a lo largo del año, tanto en Sevilla capital como en la provincia.
Episodio clave en su trayectoria fue la creación de la primera cuadrilla de hermanos costaleros de la Semana Santa de Sevilla, la del Cristo de la Buena Muerte de Los Estudiantes en 1973.
Era un hombre simpático, pero que no se andaba con tapujos a la hora de llamar a las cosas por su nombre. Ese carácter le valió algún enemigo, pero también muchísimos buenos amigos. La gran mayoría de ellos desfilaron por la huerta que, junto a su familia, habitó durante años en los terrenos que hoy ocupa el colegio de las Carmelitas de Nervión y más tarde por su piso de la Ronda de Pío XII, además de por la lista de El Portela, en la avenida de Cádiz.
A grandes rasgos, este fue Salvador Dorado Vázquez “El Penitente”, un personaje que marcó una época en la Sevilla de su tiempo, con una trascendencia mucho más allá de la del excelente capataz que fue. Admirado por los cofrades, los aficionados e incluso muchos de sus brillantes compañeros en aquellos años sesenta y setenta, hoy resulta casi un desconocido para las nuevas generaciones, erróneamente adoctrinadas en tantos aspectos relativos a la Semana Santa y en especial en lo que concierne a nuestro gremio, donde algunos pretenden reinventar la historia. 
¿Se merece o no se merece una calle? Ahí está la idea, y a ver si, creyéndola oportuna, alguien -por ejemplo el Consejo de Cofradías o la propia Hermandad de los Estudiantes u otra de las muchas Hermandades de la que formó parte- la pone en marcha efectuando la oportuna y oficial petición al Ayuntamiento.
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